domingo, 20 de mayo de 2012

La formación: por estrategia o por inercia, valiosa o devaluada




Una vez escuché a una persona comentando que los periodos de crisis son importantes para que una sociedad salga reforzada para afrontar el futuro.

Exponía esta apreciación porque, según él, durante estos periodos  se activaban procesos masivos de aprendizaje "bien orientados" y que en épocas de bonanza las formaciones muchas veces acaban siendo procesos rutinarios poco cuestionados.

Me gustó esta reflexión porque encontraba algo positivo a la dureza de una crisis.

Es evidente que la formación es un proceso fundamental en el desarrollo de las sociedades, formarse significa obtener conocimientos, habilidades o actitudes que te permiten conseguir objetivos que antes de la formación no se podían obtener.

Por lo tanto, la formación tiene en el centro de la definición la capacitación. Después de una formación deberías ser capaz de hacer cosas que antes no podías. De hecho, una de las tendencias más fuertes de las teorías de la gestión de personas, el empoderamiento, tiene que llevar consigo la capacitación (¿o le estamos dando a nuestro colaborador capacidad para decidir sin haber aprendido a hacerlo?)

Esto que parece tan importante, está profundamente devaluado. Me encuentro a menudo a personas que no valoran la formación, que vienen a recibirla "forzados", sin entender la importancia de lo que están haciendo  o directivos a los que les cuesta aceptar cualquier presupuesto de acciones formativas.

Las razones son múltiples: formadores poco profesionales, formaciones que se hacen sin explicar el para qué, actividades de aprendizaje rutinarias, cursos que se hacen para justificar un presupuesto de formación, formaciones que se hacen porque las ha exigido un colectivo y se ha cedido a su presión, directivos de poco nivel  o formaciones que se hacen sin haber consultado a las personas que realmente están en el día a día del negocio...

No me extraña que haya poca afección por la formación empresarial, pero cuando las empresas o nosotros mismos planificamos formación o la contratamos, debemos tener en cuenta que estamos preparando la capacitación de nuestra organización. En estos procesos estamos decidiendo qué queremos ser capaces de hacer después de recibir la formación o qué queremos que nuestros empleados sean capaces de hacer, en qué vamos a ser mejores, qué vamos a hacer que antes no podíamos, qué nos va a aportar esta acción... le estamos dando herramientas a la persona para ser más capaz, más potente, más efectivo...

Esto debería implicar que la dirección general de la empresa tendría que ser el principal valedor de los planes de formación y luego los responsables de los equipos de trabajo, los directores y los mandos deberían determinar juntamente con el departamento de recursos humanos, qué formaciones debemos llevar a cabo, y siempre pensando en el negocio en el que estamos peleando.

Este alineamiento con los objetivos de la empresa es clave, una vez que sé qué quieren de mi y de mi equipo deberíamos poder determinar qué formación necesito para conseguirlo.

La formación no es un mal necesario, en determinados sectores es la clave de la subsistencia.

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